En estos días he experimentado cómo la vida se juzga en base a la propia burbuja de existencia. Aquella frase que dice, “no persigas tener la razón, sino tener paz”, me resonó profundamente, a partir de algunas lecciones adquiridas.
Conflictuar con las personas que más quieres, es determinante en la forma de mirar el mundo, en donde no queda sino, obtener nuevas perspectivas para poder sobrellevar y soltar, eso que nos pueda causar dolor o decepción. Debo confesar sin embargo que siempre hay una parte dentro de uno mismo, que quiere tener la razón, que juzga y que busca la aprobación de los demás, en eso que nos gusta llamar “lo justo e injusto”, “lo correcto y lo incorrecto”.
Como siempre les he invitado en este blog, a ver la belleza oculta de las cosas, no puedo escapar a ello y efectivamente elegir en favor de la propia paz, es la mejor receta para afrontar las dificultades.
Quizás uno de los golpes más duros y dolorosos, son esos que llegan de las personas a quienes amamos o en quienes creemos. De uno de esos “golpecitos”, aprendí a mirar que, es en las acciones y no en las palabras, donde están las verdades. Y sin el ánimo de profundizar en ello, les diré que todo eso que somos, que formamos en nuestro ser y que alimentamos cada día con nuestros pensamientos y sentimientos, marca una significativa diferencia a la hora de obrar desde esa realidad.
Creo fielmente en que el diálogo es una alternativa para el entendimiento, sin embargo, mi capacidad para lograrlo se ha visto puesta a prueba, cuando de hablar el mismo idioma se trata; y no me refiero a una lengua como tal, sino al entendimiento y apertura, que hay en las personas, para entender un mismo suceso, pero sobre todo a un estado de consciencia.
Con singular reflexión puedo decir que cada problema o decepción que llega a nuestra vida, puede ser visto como un trampolín, que nos impulse y motive a lograr cambios, hacer mejores elecciones y optar por siempre hacer algo bueno con lo que nos sucede.
A veces hacer lo correcto, no siempre se traduce en momentos de alegría o felicidad, pero sin lugar a dudas, sí construye paz al corto y mediano plazo.
Hay frases que solo nos resuenan, cuando pasamos por esas experiencias, que anclan esos aprendizajes. “Amar de lejos”, era una frase que me desconcertaba, hoy empiezo a asentirla con algo de inquietud y al mismo tiempo serenidad, pues cuando es difícil el juego de la empatía y solo se juzga desde la propia burbuja de existencia, no hay más remedio que optar por la propia paz, haciendo lo correcto y mirando en las acciones y no en las palabras, cuál es el camino a seguir.
Pienso. Creo. Escribo.
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