Cuántas veces hemos tenido que dar el pésame a alguien, expresar una condolencia o pasar por situaciones de pérdida definitiva de algún ser querido.
Siempre me gustó escribir, pero el mundo se me hace chiquito, por así decirlo, cuando se trata de expresar unas líneas por esa causa, no solo porque me asalta en la mente mi pasado, sino porque las palabras pueden contribuir a la tranquilidad y sanación. En ese preciso instante, no solo recuerdo la pérdida que marcó profundamente y para siempre mi vida, sino que me pongo en el lugar de la persona que está viviendo su momento gris en ese instante.
Dedicar unas palabras para quienes están pasando por esos duros momentos, no es fácil, muchos prefieren huir de ese encuentro y la verdad para quienes pasamos por un instante así, se nos presentan dos escenarios, el uno que no quiere oír más pésames ni voces, que en muchas ocasiones son hasta de ilustres desconocidos, que se acercan a darte aliento y el otro escenario, te pide consuelo, anhelo de encontrar en alguna de esas tantas palabras, llamadas, mensajes y demás, el refugio que tu alma tanto busca, un poco de morfina para el dolor, que a ciencia cierta, no sabes en qué lugar mismo estás sintiéndolo, solo sabes que recorre todo tu cuerpo.
Recordamos con insistencia al momento de la pérdida de alguien, los primeros instantes compartidos, su voz y su sonrisa, dependiendo de quién fue en tu vida, haces un retroceso tan lúcido, que no te da sino el sentimiento de lograr entender qué mismo es lo que pasó, en el instante que te dicen que la persona se fue para siempre.
Qué complejo es poder dar gracias en un momento así. Lo que vengo haciendo actualmente, me motiva a pensar que esta acción dura y desafiante, es la única puerta para una recuperación emocional. Puede pasar mucho o poco tiempo para lograrlo, realmente es irrelevante a la hora de digerir en nuestra mente y alma, cómo este suceso nos cambia la vida para siempre.
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