Cada quien vive para sí mismo, es una consigna con la que me espeluznaba solo de oírla, no la entendía y me parecía que se refería a puro egoísmo.
Si la decía como pregunta, mi respuesta era que no, que siempre vivimos para y por alguien más; si lo ponía como afirmación, me negaba a creer que fuera cierto. Hoy, sin embargo, desde una nueva perspectiva y haciendo una lectura distinta fuera de mi ego, entiendo por completo a lo que se refiere. Entonces, mi respuesta y apreciación es afirmativa, “cada quien vive para sí mismo” y les diré por qué.
Creer que alguien nos debe algo, es una posición y situación en la que nos ponen desde que nacemos, es difícil batallar contra esto, pues es la forma en que hemos construido y concebido el mundo desde siempre. Romper con estas ideas y sentimientos es una verdadera lucha; y yo les pregunto, ¿qué pasa cuando “no recibimos”, lo que hemos dado?
Inmediatamente viene la frustración y el reclamo, la decepción, inconformidad y el sufrimiento, dependiendo de qué haya sucedido y de quién venga la “supuesta ofensa”. Lo cierto que es que esta frustración nace de las altas expectativas que teníamos sobre algo o alguien. Si es un algo, reclamamos a la vida y a las circunstancias, si es un alguien, probablemente le reclamemos a esa persona. Pero, ¿de qué nos sirve reclamar algo a alguien?
Analicemos en qué situación nos pone el pensamiento de creer que alguien vive para nosotros y no para sí mismo, de creer que alguien me debe algo, por el simple hecho de “ser yo” o de “haber dado lo mejor de mí”. La verdad no sirve de nada, ya que cada quien da lo que tiene y lo que siente.
Vale la pena entonces entender que nuestros pensamientos erróneos, nos llevan a creer que la gente anda por ahí debiéndonos afecto, respeto y que está para cumplir nuestras expectativas, que tiene que hacernos felices o por lo menos mostrar algo de reciprocidad. Esto solo nos conducirá a un total engaño sobre nosotros mismos, ya que no nos permite reconocer, dónde realmente se encuentra eso que tanto buscamos y ansiamos recibir. Y antes de que se me olvide, les diré que solo se encuentra dentro de nosotros mismos.
Esperar algo a cambio de lo que damos, solo nos hace esclavos de las demás personas. Hace días atrás, en una charla magistral, yo hacía exactamente esta pregunta: ¿Qué hay cuando alguien que prometió darnos algo o hacer algo por nosotros, no lo hizo?, la respuesta fue tan cruda y poderosa: “Nadie nos debe nada”; “Nadie da lo que no tiene”.
¿Cómo manejar entonces, la frustración que viene de las promesas rotas, de las palabras no cumplidas? Simple: se trata de mirar hacia dentro de nosotros mismos y preguntarnos qué es lo que realmente nos molesta o nos lastima. Casi siempre miramos hacia afuera, para recriminar a los otros, por lo que yo estoy sintiendo, cuando en realidad, cada quien vive para sí mismo y hace lo que hace, por sus propias razones, por sus vacíos, por sus carencias e inseguridades y como lo decía antes: nadie puede dar, lo que no tiene. Pensé, además, que de una reflexión así, probablemente nació el tan conocido refrán: “No puedes pedir peras al olmo”.
Esta situación y sentimiento de esperar algo de los demás, lo vivimos en todas partes, con todas las personas y claro está, nuestro ego siempre nos dirá, lo que debemos recibir de las otras personas: el cariño, el respeto, la lealtad, el amor, la fidelidad, etc. Vale entonces diferenciar entre lo que yo creo que alguien “debería darme”, vs. lo que “yo siento que merezco”. Esta ecuación simplificará nuestra vida, porque nos ayudará a tener claridades.
La forma de trascender entonces este tema, para lograr esa paz que tanto anhelamos después de una frustración o una inconformidad, es soltar todos esos pensamientos y creencias que tenemos, de que los demás nos deben algo, que deberían comportarse de tal o cual manera, de hacerlos responsables de nuestra felicidad. Creer lo contrario, solo nos desempodera.
Es increíble la cantidad de personas que van por la vida, sintiendo y peor aun reclamando, afecto, respeto, valoración, etc. Madres y padres esperando que sus hijos cumplan sus expectativas, parejas esperando que les den amor, felicidad y fidelidad, amigos esperando que les den atención y lealtad. Yo creo que el secreto está en inspirar a las personas, a los hijos, a la pareja, a la familia, para que sean ellos mismos, quienes voluntariamente y por su propia decisión y sentir, elijan comprometerse, dar lo que quieren, tienen y sienten; lo cual no tiene nada que ver con nosotros, ya que la única persona responsable por nosotros, somos nosotros mismos.
Mi reciente descubrimiento emocional al respecto, me hizo darme cuenta de que, no solo cada quien vive para sí mismo, sino que, todo lo que yo pueda y sobre todo quiera dar, estará bien, pero si siento que no recibo lo que creo que merezco, simplemente es tiempo de salir de ahí y darme a mí misma todo eso que, las otras personas me ayudaron a ver que no me lo estaba dando.
Creo que hay una delgada línea entre la construcción de la “reciprocidad” y eso a lo que llamamos “egoísmo”. La verdad es que vivir para nosotros mismos, es no solo una cuestión de supervivencia a todo nivel, sino además la manera en cómo miramos a las otras personas, lo que valoramos en ellas y cuando nos involucramos o establecemos vínculos afectivos, seamos capaces de dar lo que queremos dar. Ya estará en nosotros disuadir, si eso que recibo es lo que creo que merezco o no.
Si tenemos la capacidad de inspirar compromiso, amor, respeto y valoración en nuestros hijos, pareja, amigos, compañeros y familiares, creo que habremos ganado la partida. Ganado en el sentido figurado, pues la verdad, solo se gana cuando se logra tener paz, equilibrio y amor por uno mismo. Como dice mi maestro, “no pongas expectativas, pon intención y deslíndate del resultado”, pues se trata de trabajar en nosotros mismos para ser felices, independientemente de cómo sucedan las cosas.
Es por eso que, en este punto, les puedo decir que la vida definitivamente es un proceso, en el cual se aprende cada día, donde siempre habrá esa situación, esa circunstancia, esa persona, que viene a enseñarnos algo y está en nosotros darnos cuenta de que eso es un regalo. Como siempre digo, el maestro a veces llega vestido de dolor, de personas, de circunstancias, para obligarnos a crecer, a soltar y trascender, para mostrarnos que la vida no termina, sino hasta cuando de verdad se termina.
Confieso que he tenido mil expectativas sobre las personas y circunstancias, las cuales no solo que no se cumplieron, pero ahora lo entiendo y me alegro inmensamente por ello, pues eso solo me trajo la oportunidad maravillosa para seguir trabajando en mí. A veces sentimos que nos derrumbamos por todas esas promesas no cumplidas, pero lo cierto es que, si logramos tener la capacidad de ver las oportunidades que hay en ello, habremos no solo entendido lo que ha sucedido, sino de poder despertar y mirar hacia dentro, descifrar qué es lo que cada conflicto me quiere enseñar y sobre todo devenir para generar cambios y crear algo poderoso en nuestra vida.
Llegar a escribirles esto no ha sido fácil, implica reprogramar el cerebro cada día, para entender estas premisas e intentar vivir con congruencia.
Excelente mija felicitaciones
Gracias por tu lectura!!