Cuando podemos mirar solo hacia afuera, buscar culpables, caer en la persecución de la justicia, tomarlo todo de manera personal, divagar en el victimismo, creer que todo gira a nuestro alrededor y depositar en el “otro”, la responsabilidad de hacernos felices, empezamos a tener un serio problema de ego.
Yo diría que del 100% de los conflictos y altercados, el 99,9%, pasa por este escenario, que está marcado por el ego.
En este último año, he interiorizado sobre lo que significa en la práctica, hacer un dominio y entendimiento de lo que es el ego, para intentar ser esa ansiada “mejor versión” de uno mismo.
¿Pero de qué mismo va el ego?
El ego es esa parte nuestra que nos permite experimentar la vida, sentir el dolor y el placer. Es esa parte que nos hace juzgar y vivir en resistencia, un mecanismo que nos ancla en la separación, donde creemos que somos siempre el centro del universo de todo.
Según los expertos, el ego es una serie de mecanismos psicológicos y energéticos, que nos ubican en lo que se conoce como consciencia de separación, es decir lo que nos hace creer que existimos separados de todo lo demás y que somos los “protagonistas de todos los cuentos”.
Yo diría que el ego es esa reacción inmediata que tenemos a todo, motivada por esa vocecita que, siempre está juzgándolo todo, que busca la “justicia” en cada cosa, que cree que la reciprocidad es obligatoria y que todo el mundo nos debe siempre algo.
Una mirada hacia dentro del ego
Casi siempre oímos frases como: “tiene demasiado ego”; “su ego no le permite entender”, donde yo creo que no se trata de, si es mucho o poco el ego de una persona (además sería difícil medirlo), sino más bien analizarlo, para poder conducirlo de una mejor manera.
He llegado a pensar, que la historia de la humanidad, no es sino la pugna de egos, donde siempre se le responsabiliza al otro de los defectos, los errores y por último hasta de las circunstancias. El ego pretende controlarlo todo y a todos; y tener siempre la razón.
Es inevitable encontrar en toda relación humana, una dosis de ego; y sino por un momento imaginen algún espacio en donde su carga no se encuentre. Las relaciones de pareja, no son sino dos egos que intentan dominarse y doblegarse; las relaciones laborales, son muchas veces ese espacio de poder, donde se prueba a diario la lucha constante del “más fuerte”; las relaciones familiares, donde todo el tiempo se buscan culpables, existen reclamos y resentimientos; las relaciones sociales, donde el drama es permanente en todos los sentidos.
¿Cómo lidiar con el ego?
No es sencilla la alternativa, pero creo que es la única que puede traernos paz y la solución a muchos conflictos. Se trata de hacer un autoanálisis como primer requisito, de todo aquello que nos causa conflicto y preguntarnos por qué lo causa; luego de eso, tener la capacidad para soltar lo que creemos que los demás nos deben, dejar de lado las expectativas generadas desde la necesidad; y responsabilizarnos de nuestros propios actos, sentimientos y decisiones.
Es fascinante intentar entender estos temas, y yo diría que hacerlo desde las propias experiencias, es lo único que nos permite tener la película clara, para poder ver, por dónde es que tenemos que cambiar.
El autocontrol y análisis de nuestros propios sentimientos y actos, que podríamos hacer si quisiéramos; y cómo muchas veces el ego nos doblega, domina y hasta nos rebasa.
El ego como el copiloto de nuestra vida…
Entendí que el ego es algo que no podemos eliminar de nuestra vida, que podemos controlarlo y darle el lugar que le corresponde. A veces lo vemos como algo malo, sin embargo, es parte innata de las personas y muchas veces sale a flote, con el simple sentido de protegernos.
Se trata de aprender a escucharlo, darle el lugar de “copiloto” en nuestra vida y no de piloto, ya que a veces dejamos que sea quien conduzca a mil por hora y nos olvidamos de lo esencial.
Desde mi experiencia les puedo decir que, hacer un esfuerzo por entender en un primer momento, cuál es su función, ayuda significativamente, pero en un segundo momento, se trata de aprender a asumirlo desde la práctica, escucharlo, para entendernos y entender a las personas que nos rodean.
Se imaginan ¿cuán felices y relajados seríamos los seres humanos, si la mayoría de nosotros pudiéramos hacer de esto un ejercicio práctico? Definitivamente no es fácil lidiar con nuestro propio ego y ni se diga con el de los demás.
Cada quien es su propio protagonista
Una de las premisas más desafiantes para mí, fue entender que “nadie nos debe nada”, que todos y cada uno de nosotros, “somos los únicos protagonistas de nuestra propia historia”.
Los aprendizajes que nos ofrece la vida en distintos momentos y facetas, ayudan a entender estas cosas, para lidiar con nuestros conflictos y demonios propios. Casi siempre creemos que las personas nos deben algo, sean conocidas o desconocidas; y ni se diga de las personas que son realmente cercanas y con quienes establecemos vínculos afectivos y emocionales.
Pensemos en todas las veces que exigimos atención, respeto, fidelidad, reciprocidad, amor, etc., creemos que, porque lo damos, tenemos que recibir eso que dimos y más, solo porque se trata de nosotros.
Les diré sobre este particular, que la vida me enseñó hace poco, que esto no es posible y que eso de “no esperar nada a cambio”, es una frase tan trillada, pero que si le diéramos el real significado estaría llena de sabiduría.
El asunto es que siempre, esperamos algo a cambio, pero de una manera, en que creemos que el otro está obligado a darlo, para que “yo sea o me sienta feliz” y esto deja de ser un asunto y se convierte en un problema, en una espiral diría yo, llena de expectativas, de vacíos que estamos esperando que alguien los llene y de sentimientos que nacen de pensamientos limitantes.
Entonces, les diré que dejar de esperar de los demás, cualquier cosa que creamos que nos deben, es el primer paso, para la libertad emocional. Nadie está obligado a darnos nada, en ningún sentido.
El segundo paso y el más importante, es aprender a darnos a nosotros mismos, todo aquello que creemos necesitar y ser capaces de estar en los lugares y junto a las personas que aportan en nuestra vida, donde sintamos que recibimos lo que creemos merecer y encontrar siempre las respuestas y la felicidad dentro de nosotros mismos primero, para poder compartirla con los demás.
Pienso. Creo. Escribo.
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