En la víspera de celebrar el día del padre, que en Ecuador se lo hace el tercer domingo de junio, no puedo dejar de pensar lo que implica esta celebración, que siempre me invade con una diversidad de sentimientos.
Hablar de nuestros padres, no siempre es fácil, pero confrontar todo lo que nos dieron y lo que no, es más complicado todavía.
Para el mercado tradicional, no hay nada mejor que llegue el día de lo que sea, para vender más y atosigarnos de ofertas; para los emprendimientos nacientes es una buena oportunidad para darse a conocer, para el comerciante de a pie, una esperanza de lograr un día con mejor sustento. Sea como sea, los días conmemorativos, no pasan desapercibidos y con ello, también aprovecho el momento para escribir sobre esto.
Me he sorprendido en estos últimos meses, al mirar la cantidad de personas con cargas emocionales tan fuertes y pesadas, como son los vacíos que dejaron sus padres en la infancia. Si bien padre y madre, marcan nuestra vida para siempre, en esta ocasión y dada la coyuntura del calendario, me referiré solo al padre.
Existe una gama inmensa de tipos de padres, con distintas personalidades y cualidades. Los hay protectores, cariñosos, celosos, machistas, feministas, el que pretende ser el héroe a todo momento y el que cree que mejor se ahorra una travesía, dándote un consejo, existen un montón de calificativos, para el padre, pero casi siempre desde niños, en la escuela, en la religión, para quienes la practicaron, nos enseñaron a mirar a ese hombre, como un ser perfecto, intocable e inquebrantable. Por suerte con la adolescencia nos entró la rebeldía y nos motivó a desafiar la construcción alrededor de este personaje, en la juventud, nos deslindamos un poco de estos conflictos, para proclamar nuestra independencia, pero en la adultez empezamos a preguntarnos el porqué de muchas cosas y cómo nuestra vida llegó a ser lo que es. Curiosamente, gran parte del resultado de nuestra vida, está cifrada en esos vínculos existentes o ausentes con el padre.
Un viejo refrán dice: “Solo cuando somos padres, aprendemos a ser hijos”, muy sabia, por un lado, porque nos ayuda a entender muchas cosas, sin embargo, también nos conflictúa, cuando en el intento de querer ser mejores, decimos: Yo no haría esto o aquello con mi hijo, como me lo hizo mi padre; y sin embargo repetimos tristemente muchas conductas mal aprendidas que nos dejó nuestra propia crianza. Pero a mi parecer, lo que de verdad revela esa reflexión, es que tenemos un conflicto ahí que no ha sido resuelto. Si no tienes hijos, la perspectiva de entender a tu padre es otra y un tanto más labrada.
Cuando empiezas a cuestionarte los porqués de tu vida, te das cuenta que hay mucho que sanar para poder trascender y una de esas cosas fundamentales, es la relación con el padre.
Desde el padre ausente, el que partió definitivamente a otra vida, el que está presente y hasta el que hace de madre y padre, implica un universo gigante de temas que hablar y para mi escribir.
Hacer un acercamiento emocional con tu papá, hablar de las heridas del pasado o de los vacíos emocionales, puede resultar un tremendo obstáculo que sortear. La mayor parte del tiempo, nos hacemos el quite, pero llega un momento, en que eso ya no es más posible.
Más allá de identificar el conflicto y la carga emocional que llevamos (que ya es bastante para empezar), es aprender a sanarlo internamente, incluso para quienes perdieron a su padre, es necesario hacerlo, perdonar y perdonarnos, reconocer y agradecer, son elementos vitales en este ejercicio de paz emocional y mental.
Y la pregunta no es porqué sanar, sino para qué sanar. Muchos de nuestros “menoscabos” por así decirlo, de nuestros miedos, nuestros “yo no puedo”, residen ahí, en esa relación que no ha sido sanada internamente con nuestro padre. ¡Fácil decirlo, pero qué complejo hacerlo! Requiere no solo de valentía para identificarlo y luego confrontarlo, sino saber que todo lo que arrastramos en la vida, lo que postergamos, dejamos de resolver y creemos que entró en el olvido o en la pasividad, realmente siempre seguirá estando ahí, en tanto no se resuelva y en algún momento saldrá para incomodarnos. ¿Para qué sanar entonces?, no solo para superar los conflictos que en definitiva afectan nuestra vida actual, nuestros comportamientos, relaciones, creencias, sentimientos y hasta nuestra vida financiera, sino también para trascender, para soltar, aceptar y perdonar.
Un buen inicio es reconocer estas emociones, estos vacíos que nos afectan. Podemos empezar por agradecer, por entender que ya fue y que a la final nuestro padre hizo todo lo que pudo con los distintos recursos que tuvo.
El mejor regalo que podemos hacer en este día, es mirarnos hacia dentro, hacernos responsables de nuestra propia vida, dejar de buscar culpables y sanar esas cargas emocionales. Creo que es importante entender compasivamente a ese hombre, al que también le debemos nuestra propia existencia. Tanto hijos como padres necesitamos y merecemos sanar esos vacíos, para tener una convivencia sana, un recuerdo positivo y sobre todo ser felices en la gran dimensión y extensión que tiene esa palabra.
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