En estos días en que gran parte de la gente puede dedicar unos momentos de su rutina a filosofar y otros a seguir la vida como si nada, me puse a pensar en lo que significa sentir ese llamado interno, que impulsa a cambiar de actitudes, de energías y por qué no de pensamientos.
El maestro dice “Si lo deseas en tu corazón, estás listo para emprender el viaje”. Tanta sabiduría contenida en esta frase, implica un desafío grande, un compromiso, una decisión, pero sobre todo un entendimiento real de todo lo que es necesario hacer, para poder llegar a un destino específico en ese viaje.
Emprender un viaje puede ser algo incierto y al mismo tiempo podría ser determinante. Cuando quieres viajar, piensas en un lugar al que te gustaría ir, organizas tu tiempo, planificas tu presupuesto, compras un ticket aéreo y lo más importante: visualizas cómo sería llegar y disfrutar tu trayecto.
Tan metódico es este proceso, que equivale a seguir pasos, buscar rutas y recursos, pero sobre todo desearlo de corazón: imaginándote ahí.
Tener claridad para emprender un viaje, tal y como en el ejemplo, que, aplicado hacia nuestro interior, a nuestra vida emocional, es un tanto más complejo, pero al mismo tiempo simple, a la hora de organizar nuestra ruta, recursos y llegada, por así decirlo.
La mayoría de veces nos enfocamos solo en querer llegar, eso provoca que busquemos atajos y ahí es donde nos perdemos en el camino, no tomamos la mejor ruta, no tenemos claro el destino. Pero sobre todo queremos ahorrarnos pasar o “padecer” el proceso.
Esto de las emociones es tan fascinante y a la vez desconcertante, cuando no te conoces lo suficiente, cuando dudas de emprender la aventura o cuando piensas que no llegarás, por una infinidad de razones. Uno simplemente se asusta o desiste frente a un proceso, que la mayoría de las veces nos pone a prueba 100%.
Lo más peligroso y lo digo por experiencia propia, es emprender el viaje sin un destino claro de llegada, sin haber inventariado los recursos y sin tener la fortaleza de la sensatez y sinceridad de hacia dónde mismo es que quiero llegar.
Definitivamente, llegar a un destino deseado se sentirá como un logro, pero lo más gratificante será disfrutar el camino. He aprendido en este tiempo, que amar el proceso, la transformación y el trayecto de ese viaje, es fundamental, no solo por todo lo que habré aprendido en el camino, sino por la persona en quien me habré convertido. Ahí es donde está la recompensa, la verdadera felicidad.
Esto es un tanto complejo de entender, muchos pensarán que se trata de chino-mandarín avanzado, pero si te das el tiempo para pensar en tu desarrollo interno, personal y en cada aprendizaje que llegó a tu vida, entenderás que cada cosa que se presentó en el camino, cada experiencia, cada sensación, dolor o alegría, son las cosas que cifran ese recorrido, que lo hacen maravilloso, por lo que llegar a tu destino, simplemente será como la cereza en el pastel.
Resultaría loco imaginar a simple vista o desde el ego que todo lo juzga, que podríamos amar un proceso, donde el dolor haya sido nuestro maestro, donde dudar a veces sea la aparente única opción, donde el miedo siempre quiera paralizarte, pero imagínate por un momento, ¿cómo sería desafiar todo eso?, trabajar desde dentro de ti en cada aspecto que te confronte y te rete a ser una mejor persona, no solo porque habrás podido lidiar con todo esto, superarlo y sanarlo, sino porque te transformaste en alguien diferente y mejor con cada experiencia y lección aprendida.
Pensar en ti mismo, actuar para conquistarte, desafiarte día a día, salir de tu zona de confort, renunciar a la mediocridad de nuestras propias acciones y desentendimientos, hacer una lectura de nuestros aprendizajes desde el amor incondicional y no desde el ego, pero sobre todo emocionalizar la vida que queremos y merecemos, es el momento más grande de este viaje emprendido, un viaje que solo puede ser deseado desde lo más profundo de nuestro ser. Un viaje que sin lugar a dudas traerá felicidad para nosotros y para los que nos rodean.
0 comentarios