El poder que tienen los hijos sobre nosotros, no tiene que ver con cumplir sus caprichos, ni ceder ante sus antojos. Vengo de una familia donde somos tres hijas, cada una con su propia historia, pese a tener los mismos padres y haber compartido en un mismo espacio, vemos la vida de maneras muy distintas, pero nos une el mismo hilo conductor.
En “tiempos pasados”, como se dice coloquialmente, convencieron a generaciones enteras, de que la comunicación entre padres e hijos era unidireccional, vertical y que imponía cierta distancia. El tiempo ha cambiado y con ello llegaron nuevas circunstancias y maneras de ver el mundo y sobrevivir en él.
Para quienes formamos una familia, en su infinidad de formas y modalidades, creo que tenemos cosas en común, sin embargo, para quienes somos una familia “chiquita y rota” (como le decía Lilo a Stitch en la película infantil), las sensaciones y sucesos se viven intensamente.
Hoy quiero compartirles algo que me ha venido sorprendiendo desde hace un tiempo, dos años para ser exacta, en que mi hijo, dejó de ser ese niño que se la pasaba revoloteando y se convirtió en adolescente.
Los prejuicios y casos aislados, nos han llevado a creer que, por ser adolescentes, están locos, son rebeldes e insensatos, yo creo que es todo lo contrario a lo que somos muchos adultos. Están bien cuerdos y son bien sensatos. Por fortuna su rebeldía, es el sinónimo de que están vivos.
Aprendiendo a ser vulnerables…
Una visión diferente y abierta en la vida, nos permite mostrarnos a madres y padres, ante nuestros hijos, como lo humanos que somos, con quiebres, bajones y a veces hasta con llanto. Jamás me habría imaginado, o por lo menos, no hace 10 años atrás, que un día sería mi hijo quien me escuche, brinde consuelo y hasta seque mis lágrimas.
Siempre creí que debía ser y mostrarme, fuerte y valiente todo el tiempo, perder a su padre a tan temprana edad, me hizo querer verme así: con certezas frente a todo y sin derecho a cometer errores. Probablemente, es una posición muy dura conmigo misma (casi siempre he sido el juez más duro), pero los últimos acontecimientos en mi vida, me han puesto a prueba, frente a esto que les digo.
Y precisamente ayer, recibí uno de los consejos más sabios, de parte de mi hijo: “sea lo que sea que decidas vivir, no permitas que te vuelva a afectar como la primera vez”. Estas palabras entraron lentamente en mi mente y corazón, me estremecieron y conmovieron en lo más profundo, no solo por la combinación de palabras e ideas, sino porque resonaron completamente con lo que yo estaba sintiendo. En ese momento, quedé completamente impactada.
Por supuesto, mi hijo me ha visto vivir sucesos complejos, interpretándolos a su manera, no obstante, con sus respuestas y comentarios en esta ocasión, supe no solo que dentro de él había una buena dosis de entendimiento y sabiduría, sino de madurez y hasta perspectiva.
He tenido momentos de quiebre y abatimiento emocional, que no pudieron ser ocultados, como me habían enseñado mis padres con su ejemplo. Estaba prohibido llorar delante de los hijos, y bueno, nunca quisiéramos que nos vean así, pero yo creo, que eso no es mostrar debilidad, sino más bien humanidad. Mostrar vulnerabilidad a nuestros hijos, cuando ya no tiene más caso “fingir demencia”, nos trae sorpresas maravillosas.
De la fragilidad a la fortaleza…
Revelar ese lado frágil que tenemos, nuestros sentimientos y hasta nuestro propio quiebre, creo que les permitirá ver y entender, que somos tan humanos como ellos, con derecho a hacer nuestra propia experiencia, a equivocarnos y a aprender.
No les negaré que es tremendamente impresionante, recibir el consuelo de parte de un hijo, ese abrazo que lo cura todo y esas palabras que nos hacen volver a creer que todo lo bueno es posible; y para quienes somos familias “chiquitas y rotas”, vivimos cada acontecimiento desde una conexión muy fuerte y diferente.
Hoy solo puedo agradecer a la vida y al universo, por haberme escogido a mí para cumplir esta tarea, por haberme dado este compañero maravilloso, este regalo envuelto bajo la palabra “hijo”, porque en su rostro veo cada día, no solo a su papá, sino a esa motivación diaria, para yo convertirme en un mejor ser humano cada día.
Creo que la vida de nuestros hijos, es una promesa, porque cada día crecemos juntos, aprendemos y disfrutamos, pero sobre todo, nos incentiva a mostrarnos más humanos y menos héroes, porque los padres no lo somos, a duras penas intentamos ser el mejor testimonio de vida para nuestros hijos, un referente. El reto más grande que tenemos, es mostrarles el camino para que aprendan a ser felices por sí mismos y eso empieza, con practicar la congruencia en nuestra propia vida.
0 comentarios