En estos días recordé cómo es y se siente, vivir una tormenta a tal punto que no se puede ver el día en que llegue la calma, aunque el refrán diga que “después de la tormenta siempre llega la calma”. Aunque he comprobado que esto es real, mientras dura la tormenta, parece que, en el pensamiento y en las emociones, no existiera espacio para mirar la tan ansiada calma.
He pasado por varias cosas, he tenido altos y bajos, a veces unos más bajos y otros más altos, pero qué regocijante es apreciar y vivir luego de la tormenta, esa calma, la paz volviendo a tu ser y regresar al centro de uno mismo.
Frente a todo lo que estamos viviendo, más aún en este tiempo pandémico, no dejo de reflexionar sobre lo complejo que es mirar hacia la calma, cuando pasamos por momentos duros o tristes, que no nos permiten ver la gracia y la fortaleza que vienen detrás de momentos duros, para dejarnos una enseñanza.
Solo crecemos en medio del conflicto, solo podemos evolucionar a través de lo incómodo de los momentos duros, de los retos en la vida, de lo que viene a removernos y a obligarnos a tomar decisiones para cambiar algo en nuestra existencia.
El aprendizaje a veces llega con dolor y la experiencia se gana solo a través de las pruebas que nos pone la vida. Si bien el dolor puede estar ahí y el sufrimiento siempre será opcional, qué difícil es, entender esto en un momento determinado y más aún poder ponerlo en práctica, en nuestra cotidianidad.
Por ejemplo, afrontar la muerte de alguien querido, es sin duda uno de los momentos más complejos de asumir, aceptar, hablar e interiorizar. No sé si les ha sucedido…, pero a veces solo el intentar abordarlo con las personas que más amas, te llena de ansiedad y se te hace un nudo en la garganta.
Y es que la muerte, es un tema tabú, por así decirlo, es visto como una desgracia y algo por lo que nunca quisiéramos pasar, olvidándonos de que estamos destinados a ello. Nunca nos enseñaron a entender que la muerte es parte de la vida y pese a que nadie está preparado para ello, definitivamente creo que lo difícil y complejo, queda para quienes siguen aún su camino. Siendo así, qué duro es ver hacia la calma y aceptar los aprendizajes que vienen con este suceso.
La vida que está hecha de pequeños instantes y fragmentos, quizás unos más cortos y otros más extensos, es la oportunidad que tenemos de apreciar en cada día, este tremendo remolino de posibilidades.
Cuando las personas o los sucesos nos marcan, hacemos probablemente esta reflexión, pues creemos de alguna manera que las personas nos pertenecen, por eso decimos “me dejó”, “la perdí”, etc., como si hubieran sido de nuestra propiedad. Y cuando de pronto nos damos cuenta de que no es así, y que las personas no son nuestras y no nos pertenecen, pasamos a un nuevo momento en nuestro entendimiento. Asumir la pérdida, desde esta reflexión, significa no volver a ser lo que éramos, no volver a lo que vivíamos o teníamos antes, por tratar de explicarlo, pues lo cierto es que nadie nos pertenece.
Cuando una relación se termina por infinidad de motivos, sea esta sentimental, emocional, laboral, familiar, etc., implica vivir un proceso y un duelo, para intentar aterrizar lo sucedido, asumir un nuevo momento y repasar los aprendizajes que todo ello nos dejó. Lo más convencional y “sencillo”, es quedarse con los recuerdos, pero vivir de ellos, creo que puede ser peligroso, no solo porque evades la realidad, sino porque pueden ocasionar sufrimientos innecesarios.
Cuando llega la paz y la calma; y con ello el entendimiento consciente de lo sucedido, para asumirlo día tras día, llega el momento de trascender. Yo no soy una experta, sino una caminante, que ha vivido estas situaciones de pérdida, alguien que entregó una parte de quien era, a cada persona y situación que me marcó en la vida.
A continuación de esto, puedo decir que es increíble ver cuán fuertes podemos ser después de la tormenta, cómo es que nos transformamos y nos convertimos en una mejor versión de nosotros mismos.
Otra frase muy sabia, es aquella que dice que, “las personas que llegan a tu vida, no son las que pides, sino las que necesitas para convertirte en la persona que estás destinada a ser”; y concuerdo perfectamente con ella, pues siempre nos preguntamos “¿por qué?”, pero nunca nos preguntamos “¿para qué?”.
Desde esta breve perspectiva, dedico estas líneas a todas las personas, momentos y sucesos en mi vida, no solo por haberme marcado, sino por haber sido mis maestros. Hoy lo asumo con entendimiento, con coraje y sobre todo con gratitud, por haberme enseñado tanto, por provocar que trascendiera y por motivarme el día de hoy a inspirar a otros, a través de estas breves líneas.
0 comentarios