Escribo lo que pienso

La voz interior, entre niñas, niños y adultos rotos

A propósito del 1 de junio, mes en que se conmemora el día de las niñas y niños, quise reflexionar sobre “el niño o niña interior”.

He pasado un buen tiempo filosofando sobre este término, sobre lo que quiere decir y cómo a propósito de esta conmemoración internacional en muchos países, escuchamos tanto, decir esta frase: “dejar salir a ese niño que llevamos dentro”.

Empecemos por el principio y vayamos entendiendo qué es “el niño o niña interior”. Es esa parte dentro de nosotros que aparece en forma de emociones, sentimientos y pensamientos; y que a veces no sabemos por qué actúa o reacciona de tal o cual manera.

Los expertos indican que todos tenemos ese aspecto infantil en nuestra mente inconsciente, esa parte nuestra, que no ha crecido por así decirlo y sigue siendo un niño o niña, que se rebela todo el tiempo contra ese adulto en el que nos convertimos, pidiendo ser escuchado, atendido y protegido.

Desde el psicoanálisis el “niño o niña interior”, es definido como esa parte de la personalidad que quiere desarrollarse y es la suma de todo lo agradable y desagradable. En medio de este concepto, nace el “niño herido”, que es la suma de todas esas heridas sufridas en la infancia que, como adultos, las expresamos sin reconocerlas.

Yo creo que probablemente para quienes somos madres o padres, quizás nos viene más a menudo esta reflexión y a continuación nuestro reto inmenso, en autorregular nuestro propio mundo y universo interno, para evitar proyectar en nuestros hijos, lo que no hemos logrado curar en nosotros mismos.

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Atender al niño o niña interior

¿Cuántas veces hemos tenido reacciones descomunales, sentimientos anclados en ideas aparentemente sin sentido y sobre todo emociones difíciles de manejar y hasta entender?

No solo me he enfrentado a ese escenario conmigo misma, a tal punto que, como dice el meme: ¡“hay partes de mi vida, que las resumiría con: en qué diablos estaba pensando”! Pero más allá de esto, que probablemente les causa risa, lo he visto en las personas que me rodean y les diré que este aspecto, no es sino parte de este aprender a conocernos y reconocernos a nosotros mismos. Y sobre todo, yo diría también, de aprender a entender a quienes nos rodean.

Tal y como son las niñas y niños que encuentran las maneras de expresarse, “el niño o niña interior”, nos habla a través de síntomas físicos, emocionales, mentales e incluso espirituales.

Entonces, analizando el tema, para poder establecer una relación con nuestro “niño o niña interior” y “dejarlo salir”, el primer paso es escucharnos, observarnos y hacer una pausa frente a lo que nos conflictúa, a cómo reaccionamos; y así instaurar un puente con nosotros mismos, yo diría, a través de un diálogo consciente con nuestro inconsciente.

Desde mi experiencia, les contaré que no siempre es sencillo identificar lo que realmente nos molesta, nos altera o nos mantiene en zozobra, pero también les diré que cuando logramos entender que eso, que tanto nos angustia, tiene una estrecha relación con lo que no hemos sanado y que usualmente se encuentra en esas “heridas de la infancia”, el camino es menos sinuoso.

Solo cuando topamos fondo en verdad, es cuando miramos que, no escucharnos hace que padezcamos enfermedades, hipersensibilidad emocional y a veces entramos en crisis. En ocasiones, solo el berrinche de ese “niño o niña interior”, nos obliga a prestar atención a esos aspectos que no hemos podido sanar.

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¿Cómo identificar lo que debo sanar?

Las heridas emocionales que se generaron en la infancia y que no tuvimos la capacidad o la consciencia para gestionar o resolver, saldrán tarde o temprano.

Yo creo que el gran mérito que tiene el “niño interior”, es que nos ayuda a resolver, todo eso que, por miedo, dolor o incomodidad, no hemos querido reconocer y mucho menos enfrentar para sanar.

Las conductas que manifestamos de adultos, se encuentran estrechamente ligadas a esos vacíos emocionales, a esas heridas de infancia; y si a eso le sumamos la dosis de “estrés de adultos”, por nuestro ritmo de vida, tendremos por causa-efecto, el obvio resultado. La buena noticia es que ese “niño interior” es nuestro guía en la sanación, siempre y cuando tengamos esa capacidad de autoescucharnos, observarnos con detenimiento y elegir el camino sensato, que no siempre es el más fácil o sencillo.

Varios expertos dicen que al menos hay cinco heridas de la infancia: abandono, rechazo, humillación, traición e injusticia, que nos marcan en la vida; y es ahí donde está todo eso que a veces sale de adultos, sin que tengamos una “aparente explicación”. Son esas partes, de nuestro interior, las que necesitamos aprender a identificar, para poder trabajarlas.

Entonces, si podemos tener la suficiente paciencia y amor hacia nosotros mismos, para indagar en nuestro interior, en esos momentos pasados, con el objetivo de sanar y transcender estas heridas, que probablemente condicionan no solo nuestra relación con nuestros padres, sino con nuestros amigos, nuestra pareja, nuestro entorno y con la vida en general, creo que habremos dado el paso más importante.

A veces vamos por la vida, asintiendo un sinnúmero de cosas, creamos “verdades inmutables”, buscamos culpables y de manera totalmente inconsciente y transgeneracional replicamos conductas poco sanas y sensatas, con quienes nos rodean. Como les decía, a propósito del día de la madre, terminamos cometiendo el mayor atropello: estropear y fregar la vida de nuestros hijos.

En junio, un mes dedicado con especial énfasis a las niñas y niños, he querido compartir esta reflexión, que me tiene maravillada, en la medida en que voy entendiendo que todos somos el resultado de nuestra crianza y nuestras propias decisiones. Como adultos tenemos la responsabilidad de sanar todo eso que nos aqueja, no solo para tener una vida plena y feliz, para quienes tienen hijos, la misión más grande: “educar con el ejemplo” teniendo una vida sana y feliz, porque solo eso nos permitirá criar hijos felices.

Felicidades entonces, a ese “niño o niña interior”, por no decaer, por estar ahí, por pedir ser escuchado, para que ese adulto en el que nos hemos convertido, sea quien escuche, sane e integre todos esos aspectos a nuestra vida, procurando un equilibrio, pues como dice mi mentor, “la vida es un juego de progreso y no de perfección”.

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Dedico este artículo, no solo a esa niña que llevo dentro, sino a quien este 1 de junio, habría cumplido su quincuagésimo cumpleaños.
Gracias a ti por reconocer en mí, todo lo que yo no había visto. Te llevo en mi corazón siempre.

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Soy Paulina Vizcaíno y “Aquí Estoy”

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