En medio de este intento planetario por volver a las viejas rutinas y normalidad, yo quiero destacar el valor de pensar, sentir y hacer las cosas diferentes.
Creo que, si algo pudimos aprender de ese 2020, es que nos puso a prueba cuando trastocó nuestras historias personales. Para mí significó poner sobre la mesa, mi lucha interna entre la razón y las emociones, ese experimento por lograr el 50-50 para tener un equilibrio.
“La tóxica, el tóxico o las relaciones tóxicas”, son expresiones que empezamos a escuchar a raíz de que llegó la pandemia. Lo escuchamos y leemos en los medios de comunicación, en las charlas online y hasta en las alternativas de curación emocional que están en la red.
No sé a ustedes, pero a mí la palabrita me resulta antipática, prefiero llamarle toxicidad, para decirles que realmente nace dentro de nosotros mismos.
La diferencia entre ser tóxico y tener actitudes tóxicas, es muy grande, pues para la primera opción, deberíamos cargar un letrero que diga “peligro no se acerque” o quizás “Made in Chernóbil”, en tanto que, en la segunda, hay una infinidad de razones y motivos para analizar.
Cuando el mundo exterior enfermó, el interior curiosamente a raíz de ello, está empezando a sanar. El trabajo de evolución es diario, un verdadero desafío y un dilema que se juega constantemente entre la razón y la emoción.
El tema amerita no solo una dantesca reflexión, sino un ejercicio diario, desde las cosas pequeñas, hasta las más grandes.
Y aunque no es sencillo, empezaré por ponerles un ejemplo: la delgada línea roja que existe, entre una ofensa y la propia interpretación que le damos. Por una parte, significa entenderlo como tal y por otra y a la vez la más desafiante: empezar a darle un nuevo significado.
En esta semana viví exactamente esta situación que ejemplifico, en la cual no logré manejar la “ofensa”, para resignificarla, darle el tratamiento que realmente merecía y una interpretación diferente, que resultara sana para mí. Muy por el contrario, caí en la toxicidad de mi propio juego emocional.
Las palabras, son una fuente inacabable de magia y de construcción de sentidos y significados, por eso creo que debemos usarlas con cuidado, pero su real encanto está en poder acompañarlas con nuevas interpretaciones, que, además, sean sanas para nuestra vida.
Se han preguntado, ¿cuántas veces se han sentido ofendidos, por algo que alguien les dijo? y ni qué hablar de lo que “les hizo”. Probablemente perderíamos la cuenta.
Traer la razón a la emoción es un camino sinuoso muchas veces, porque requiere primero que hagamos un alto para respirar y reflexionar, mucha emoción, ciega a la razón y definitivamente la razón no prima sobre la emoción.
Recibí información útil sobre este interesante intercambio que hacemos en nuestro interior, para poder guiar precisamente lo que aquí les cuento: investigar las emociones, darnos el tiempo de identificar lo que estamos sintiendo, gestionar esa emoción y tomar una acción consciente para elevarla o bajarla.
Desde esta perspectiva y sugerencia, puedo decirles que darle los mismos significados a cada cosa que nos sucede, dicen o “hacen”, es caer en un dilema inútil y lleno de toxicidad. Es jugar al papel de víctimas, sin poder, ni decisión.
Como asegura mi mentor “las creencias limitadas nos han sido dadas para aprender a romperlas”, y sí que tiene razón, pues cada cosa, cada palabra y cómo pueden ser usadas, están directamente relacionadas con los significados que les otorgamos, los que a su vez están condicionados por las creencias y costumbres que tenemos.
Sentirnos ofendidos por alguna cosa o palabra que nos dicen, es la primera y a ratos, la única opción que logramos ver. Después de mi episodio vivido en estos días, puedo decirles que no lo es.
La fragilidad de nuestras emociones en ciertos momentos, no nos permiten mirar que, cada cosa que nos conflictúa, es una oportunidad que tenemos para resignificar, crecer, soltar y evolucionar.
Dejar de sentirnos ofendidos y víctimas, por todo lo que la gente nos dice o “hace”, es crucial para lograr mantener el equilibrio entre la emoción y la razón, a eso yo le llamo un verdadero coctel de energías.
Entre lo que se puede sentir y hacer, hay grandes oportunidades para romper con esas creencias limitantes, para sacar esa fuerza y esencia que realmente llevamos dentro.
Poner a prueba nuestro ego, que casi siempre se expresa desde el vacío y la carencia, para poder escucharlo y darle amor, es una verdadera tarea maratónica, pero no imposible.
Ubicar sobre una balanza a la razón y a la emoción, implica mirar que ninguna se desborde, para lograr una armonía entre las dos, para que se integren y hagan “clic”.
Ustedes que hoy hacen esta lectura, definitivamente están trascendiendo en su vida, a su propio paso y ritmo, pero tan solo el hecho de que podamos reflexionar estos temas, ya es una primera victoria, para conquistarnos a nosotros mismos.
Dejar de creer que las personas nos hacen cosas, es dejar de tomarnos todo de manera personal. Cada quien hace las cosas por sí mismo, por sus propios miedos, vacíos e inseguridades. Creo que es vital practicar esto y resignificarlo.
Si tenemos la oportunidad maravillosa de lograr que “alguien nos entienda, para que luego nos explique”, ya hemos ganado. Yo tuve la fortuna de encontrar a ese alguien, y con ello la oportunidad para crecer, resignificar y reconstruir esta historia que ahora nos acompaña.
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